Querido diario

7 de enero de 2014

Quizá fue el destino o quizá fue una fatal casualidad pero aquella mañana de verano la catástrofe se cernió sobre miles de familias, y entre ellas, la mía.

Vivíamos muy lejos del hogar que hoy comparto con mi entristecida madre. Somos las únicas que quedamos. Recordamos a la perfección aquel tiempo, aquel momento en el que la guerra, después de titubeos, estalló. Mi padre y mi tío fueron llamados a filas por la patria. Me sobra decir que jamás volvieron, que su recuerdo sólo vive en nosotras y que el resto se perdió entre los muertos.

Y aquí estoy yo, hablando con sinceridad de lo ocurrido. Hablando de la guerra que te arrebata lo que tienes y te hiere cómo si un castigo te infringiese por algún delito que no sabes qué has cometido. Escribo lo qué siento, y yo siento lo que escribo. Tristes palabras para ti, querido diario, pero no me atrevo a decir mis miedos en voz alta por si los sucesos se repitieran, cómo si hubiese una maldición tras lo escrito.

Así se sucedieron los meses y al morir mi abuelo, ya enfermo antes de la guerra, mi madre, mis hermanas pequeñas y yo nos alejamos del corazón de la tormenta.

El hambre y la enfermedad asoló la tierra en la que nos instalamos, así cómo todos los lugares heridos por la guerra. Mis hermanas enfermaron y no pudieron ser curadas por falta de asistencia médica. Murieron gritando y sus gritos volvieron a mi madre loca y enferma de miedo y dolor.

Mi meta, ahora qué la guerra terminó es llegar a ser médica para curar el corazón roto de mi madre e impedir que las familias caigan en la crueldad de la enfermedad y pierdan a sus familiares por causas antinaturales.

Me llamo Laia y hoy han pasado dos años desde qué finalizó la guerra. Querido diario, tú y mi madre, sois lo único qué me queda. No permitiré que me arrebaten vuestra presencia.