Criatura de la Noche

29 de marzo de 2014

Cómo finas agujas de cristal el frío penetra en mi piel. Caigo, caigo hacia una profunda oscuridad. No recuerdo, simplemente existo. Tengo frío, mucho frío y sin embargo tengo la sensación de qué no siento. ¿Qué me ocurre? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Quién fui? Demasiadas preguntas y no encuentro ganas de buscar en mi mente respuestas. Todo está en silencio, un silencio oscuro que me inspira terror. Quiero gritar pero no tengo voz, quiero llorar pero no me quedan lágrimas, quiero moverme pero mis músculos no responden.

Quiero volver a casa. Ese pensamiento me golpea, me golpea porqué quiero ir a un lugar qué ni siquiera recuerdo. ¿Mi hogar? ¿Cuál es mi hogar? Quiero volver a casa. Ese deseo cada vez es más intenso y sin embargo, a pesar de que no debe ser malo, lucho contra él. No quieres volver a casa. Escucho una voz en mi interior. Grave, negra y tenebrosa. Es mi propia voz, más algo ha cambiado en ella. No sé cómo era antes pero sé qué esa no es la misma voz. Es como si… es cómo si mi pensamiento y mi verdadera voz fuesen dos entes distintos. Elige tu camino, elige tu destino, pero no elijas a la gente qué amas, amar significa tener algo qué perder. Elige con la cabeza, no elijas con el corazón, y recuerda, ten cuidado con el cazador.

Los Irtianos

19 de marzo de 2014

Os dejo entre examen y examen un pequeño relato que a lo mejor algún día uso para alguna historia más larga. Os dejo que opinéis si os gusta o no. En cuanto pueda escribiré relatos más largos ya que no tengo casi tiempo y la inspiración con concuerda bien con tanto estrés.
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Nadie hubiera imaginado jamás el nuevo mundo, nadie jamás hubiera buscado un rastro de luz en una época oscura, en la que el cielo lloraba sangre y la tierra repudiaba a sus hijos. El precio por la destrucción fue un mundo de dolor y pérdida. Nadie hubiera predicho qué cómo Ave Fénix el ser humano renacería de sus cenizas. Una nueva oportunidad pero lejos de aquella Tierra que habitaron hasta exprimir cada gota de su vitalidad. Los supervivientes de los últimos alientos del planeta por deshacerse de la peste humana tomaron rumbo a otro lugar de la galaxia, vencieron la partida y buscaron un nuevo hogar qué habitar. Los humanos parecían haberse redimido, parecían haber escarmentado, pero el peligro qué conllevaban, que siempre habían conllevado, les había llevado a estar solos, a no descubrir nunca si había vida más allá de su planeta. La avaricia y el egoísmo, tan presentes en la historia humana siempre echaron para atrás al resto del universo. Todos veían a los humanos cómo la criatura más bipolar existente. Nunca quisieron saber nada de ellos. Una vez destruida la Tierra partieron con la esperanza de encontrar un lugar al qué poder llamar hogar. En la Tierra abusaron, abusaron creyendo que nunca se quedarían sin casa y por ello ya sólo quedaban unos miles de humanos metidos en una nave enorme que había sido construida siglos atrás para una situación cómo aquella, humanos que predijeron su destino y no fueron capaces de cambiarlo. Sólo tenían un número fijo de combustible pero tenían tres planetas posibles que recorrer buscando un hábitat con lo suficiente para establecerse. Si ninguno de los tres se adecuaba a la vida humana estarían perdidos, perdidos para siempre.
Nunca nadie había estado tan solo, tan abandonado, tan menospreciado, tan arrepentido, tan sumamente dolorido. Parecía que los años habían fortalecido a esta raza, qué el dolor había esculpido en sus rostros una palidez mortal y en su corazón la humildad y sensatez qué siempre había necesitado.

Pasaron meses vagando por el espacio, perdieron la cuenta de los días, perdieron la cuenta de su vida y perdían cada día combustible. Recorrieron los dos primeros planetas y ninguno de ellos era suficiente. Siempre faltaba algo, nunca estaban todos los requisitos necesarios. Algunos días morían humanos, morían de pena o de enfermedad, más morían y cada vez eran menos. Era uno de los principales problemas, extinguirse antes de poder comprobar el tercer y último planeta en cuyo suelo y atmósfera habían depositado su esperanza. Más que nunca veían sus errores y como buenos historiadores los escribían en un libro, en él también escribieron toda la historia humana, desde los primeros pasos prehistóricos hasta el día en el que tuvieron qué partir. Todos comentaban los datos y uno escribía. Tardaron mucho en tener todo escrito, tanto cómo duró la travesía.

Cuando llegaron al tercer planeta, sin más esperanzas en todo el universo, algunos salieron sin protección al planeta y otros decidieron albergar alguna esperanza pero no en ese instante y por ello se vistieron con trajes espaciales. Vagaron por el terreno, midieron, observaron, calcularon y buscaron agua y recursos básicos tal cómo tierra fértil para las semillas qué llevaban. Tardaron más de un mes, más que en los otros planetas. Al final aquel planeta era compatible con ellos, era casi cómo la Tierra y les quedaba mucho por descubrir. Al que denominaron el Guardián del libro le ordenaron escribir el trayecto de la nave, los días en los que la esperanza se perdía y la llegada a aquel planeta al que llamaron Irtia, sin significado ni sentido, sólo una palabra lista para anidar en sus corazones cómo un sentimiento, cómo un palpito, como el hogar que esperaban crear en ella.

Escondieron el libro en un lugar desconocido de qué solo sabría el Guardián y sus descendientes, así lo decidieron por unanimidad y empezaron de cero. Abandonaron la nave y la dejaron sufrir los años y cubrirse de enredaderas para recordar qué algo había ocurrido. Creyeron qué olvidando serían la raza que debieran ser, una raza humana y fraternal. Una raza pacífica. Pero algo se torció, entre los humanos aparecieron algunos con características que podrían denominar sobrenaturales, lo más probable es que la radiación de los dos soles qué iluminaban aquel sistema hubiera provocado aquellos cambios en determinados individuos. Fueron marginados y temidos, los humanos creyeron qué eran un peligro para el planeta. Todo esto ocurrió lentamente durante los primeros siglos de la redención humana, por un tiempo se creyó qué los humanos habían logrado cambiar, pero cómo bien el universo pensaba los humanos, primitivos y testarudos, tendrían qué dejar de verse superiores para poder cambiar y tristemente no habían logrado toda la humildad necesaria.

Los humanos sobrenaturales constituyeron una nueva raza, los irtianos, mientras que el resto se siguió denominando terrestres. Ellos creían qué debían denominarse como su planeta de origen y por ello habían marcado a los extraños que un día fueron sus hermanos, madres, hijos, etc., como si hubieran sido creados por el nuevo planeta. Repudiados de su raza decidieron buscarse su propio territorio. Se refugiaron en los polos, en los lugares, que al igual que la Tierra, eran los más fríos. Sus nuevas capacidades les permitían no congelarse, el nuevo metabolismo de su cuerpo también contribuía a ello. Así y durante siglos los humanos y los irtianos no convivieron sino que vivieron separados. Antiguos hermanos de sangre ahora se defendían del otro, los humanos con repugnancia, los irtianos sintiéndose abandonados y más tarde el sentimiento del odio germino tanto en sus corazones que ya nunca vieron esperanza ni deseo de volver a considerarse humanos. Al igual que el universo ellos habían aprendido qué su raza hermana tenía más oscuridad que luz, que era demasiado avariciosa y orgullosa cómo para ver a su propia familia y mucho menos a sus hermanos de raza.


Mientras los humanos volvían a caer en absurdas guerras, en sistemas de reyes y soldados, los irtianos fueron un pueblo unido, sin guerras, bueno, sin guerras de armas, sólo guerras de palabras. Nunca atacarían a los humanos pero si estos se atrevían a envalentonarse y tenían qué pararles los pies, la batalla estaría probablemente del lado irtiano. ¿Cuánto duraría la paz entre los dos pueblos? ¿Algún día desaparecería el odio? El futuro era incierto y el destino de las dos razas dependía de un hilo.