Los pasos del joven caminaban seguros y rítmicos por
las cuevas. No corría pero su caminar parecía hacerlo volar. Daba la sensación
de que no pesaba, de que era tan ligero como una pluma y es que, sin duda
alguna, parecía haber recorrido aquellas cuevas más de una vez.
Vislumbro la luz de una linterna al fondo del túnel.
Comenzó a correr y en pocos segundos llego al final de la cueva donde tres
hombres y dos mujeres estaban cogiendo agua del cristalino lago cuyas aguas
reposaban en aquellas grutas.
—
¡Deteneos!
—gritó el joven.
Uno de los hombres se giró hacia él y lo apunto con
la linterna. Los ojos del joven los miraban con la sabiduría de alguien muy
viejo. El resto seguía agarrando los recipientes del agua.
—
¿Quién
eres tu muchacho? —pregunto el mismo hombre que lo había enfocado. Llevaba una
barba de varios días, marrón y enmarañada y unas marcadas ojeras en los ojos.
Tendría alrededor de cuarenta años.