El Claro de Laguna #Naviblogger

21 de diciembre de 2015

¡Hola! Siento haber estado desaparecida pero los exámenes me han tenido retenida casi hasta última hora. Espero que os guste este relato que he escrito para la iniciativa de Naviblogger (¡Ya es la segunda edición!). Lo he escrito a última hora por problemas de tiempo pero lleva lo que para mi es el regalo perfecto aunque contado de una manera distinta. 
LISTA DE PARTICIPANTES

***
- Zaína, ¿te importaría parar de una vez con el báculo? –una joven se levantó y cruzó los brazos para ponerse frente a su compañera.
- No. –contestó ella sin mirarla siquiera y apuntando a la pequeña laguna con el bastón.

El viento creó ondulaciones en la laguna y la joven dejó quieto el báculo durante unos instantes. Resopló y miró a su compañera.

- ¿Te diviertes? –preguntó sacudiendo sus manos contra los pantalones turquesas y luego se levantó de la roca para acercarse a un pequeño árbol que había colina arriba.
- Sí. –la joven cogió el báculo y se apoyó en él-. No veo que te entretiene de ese mundo. No paras de pasar imágenes de distintos lugares pero todos son del mismo planeta.
- Tú te limitas a tu vigilancia diaria, yo quiero aprender. No me quiero limitar a mirar en la Laguna y ver mundos, uno tras otro, buscando catástrofes. –dijo Zaína mientras recogía algunas bayas con forma de luna- ¿Quieres? ¿No? Bueno, da igual. –se comió varias bayas mientras las imágenes de la laguna iban cambiando entre distintos mundos- Quiero aprender de ese lugar, quiero saber de sus gentes, ¿no sería más fácil ayudarles si supiéramos como son o cuáles son sus necesidades?
- No lo creo. –respondió la otra joven secamente mientras ampliaba la imagen de una revuelta entre seres de extrañas proporciones y formas- Registra eso. –dijo con voz pausada al ser fantasmagórico que estaba en la orilla de la Laguna.

La otra joven saltó hacia adelante y cayó en la orilla de la Laguna. Sumergió la mano en las aguas y la imagen se cortó y las aguas se volvieron de un tono azul celeste. Miró a su compañera y torció los labios en una broma sutil.

- Naille, déjame mostrarte algo. –se levantó y se hizo con el báculo antes de que su compañera se lo impidiese-. Pero antes, ¿recuerdas qué es la Navidad de los humanos?
- La Navidad de los humanos es la celebración de uno de los acontecimientos no registrados por nuestra raza y de cuya existencia hay pruebas extrañas y confusas. Eso se da en primero de historia de la vía láctea. 
- No, no, no. –se acercó a su compañera y le dio golpecitos en el corazón-. No me refiero a su historia ni nada por el estilo. La Navidad no mira religiones o cosas extrañas, la Navidad, por lo que yo he observado en esas imágenes que tanto te aburren, es Humanidad.
Naille la miró fijamente y con las cejas alzadas. Un leve viento acarició sus melenas y Zaína se sentó en la roca mientras dirigía el báculo hacia las aguas. Un enorme árbol adornado por luces coloridas y coronado por una estrella apareció en la superficie lisa del agua. Familias, niños, parejas, humanos iban de un lado a otro.
- La Navidad es el momento en que suelen acordarse de ser humanos, de sus familias y por una vez la balanza se inclina hacia los actos justos.
- Pero solo en una pequeña parte de ese planeta, Zaína. Los humanos no han sido ni serán nunca justos. –las palabras de la joven se vieron arrastradas por un deje de seriedad.
- Sólo ves la maldad en las acciones de alguien. Puede que se estén olvidando de ciertas cosas que van ligadas a los derechos de su raza que tanto te ha enseñado Maese Hersen, pero es el momento en el que están de frente a sus mejores posibilidades. –Zaína hizo aspavientos y la imagen de la laguna dio paso a la imagen de una familia que compraba en un supermercado-. Imagina, por un momento, que uno de esos humanos continúa el camino hacia esas posibilidades. Y luego otro, y otro. ¿No crees que vale la pena hacerles ver la esperanza?

La otra joven negó y se recostó contra la roca dispuesta a aburrirse durante un buen rato.

- Vale. Visto que esto no te interesa voy a pasar directamente a una pregunta que me ronda desde hace unos días –miró a la Laguna y cambió la imagen por la de varios amigos en una tienda de discos-. ¿Qué criterio siguen? –preguntó mientras observaba como los chicos elegían entre varios discos.
- ¿Criterio para qué?
Zaína movió el báculo y la imagen volvió a cambiar. Unas mujeres estaban en una sección de juguetes infantiles dilucidando entre una esperpéntica ‘barbie’ y un coche teledirigido.
- ¿Cuál es el regalo perfecto? –continuó la joven sin percatarse siquiera de la presencia de su compañera-. Es decir, me refiero, ¿qué es lo que piensan que deben regalar? He observado. Niños, juguetes. Adolescentes, colonias si no lo conocen bien o cosas concretas como videojuegos, libros u otros hobbies. Adultos, cosas aburridas mayormente útiles en la vida diaria. Mayores, no me ha quedado muy claro.
- ¿Has terminado? –Naille bostezó y se escurrió levemente en la silla.
- Pero, yo me fijo en algunas personas. –agito la mano y la imagen pasó a ser la de un joven dibujando un precioso dibujo con algunas figuras manuales a mano en la misma mesa-. Los regalos hechos a mano, esos regalos en los que alguien deja algo de sí mismo, ¿acaso no tienen más valor y mérito? Y aun así, ¿es ese el regalo perfecto?

Naille cerró los ojos y bostezó. Volvió a abrirlos cuando su compañera se levantó y se acercó a la orilla. La imagen se difuminó y mil risas sonaron en el claro, las imágenes se mezclaron entre sí formando una red de gente riendo, cantando, dándose la mano, ayudando a sus congéneres y celebrando las fiestas inminentes. El borde de la laguna se tiñó de matices dorados, verdes y granates. 

- El regalo perfecto. ¿Y si no es material? Y si es, eso, la sonrisa del que recibe el presente, el recuerdo que se forma en la memoria del niño, en el recuerdo que regresa a la chica o el chico que se encuentran perdidos, en la lágrima que cae por la mejilla del abuelo que recibe ese extraño Picasso de su nieto. El regalo perfecto…
- ¿Y si el regalo perfecto es que continuemos nuestro trabajo?
- Qué no, cabezona. No me cortes. –Zaína miró al fantasma de la orilla y le sonrió-. Registra esto. Rápido. –aplaudió rápidamente y vio la sombra de su compañera acercarse.
- ¿Qué tiene que registrar? –preguntó.
- La sonrisa de ese niño, ¿lo ves? –agitó el báculo y la imagen se amplió.
- ¿Por qué?
- Por qué es una catástrofe.

Su compañera la miró confusa.

- Una catástrofe positiva y buena. Esa sonrisa es el regalo perfecto, es el recuerdo anidado en la mente del niño, el recuerdo de la infancia perdida de los padres y la bondad que surge en el corazón de los ojos extraños que pasan cerca y atisban a captarla.
- Sigo sin comprenderlo.

Naille se levantó y se dirigió a la salida del claro situada entre dos árboles de color morado y amarillo respectivamente. 

- Si me disculpas, todavía tengo muchos registros que archivar y que comparar como buena Guardiana que soy. –inclinó la cabeza y se dio la vuelta.
- ¡Naille! –le gritó Zaína.

La joven se detuvo en la salida y giró su cabeza en dirección a su compañera que había dejado el báculo en el suelo y de rodillas sostenía agua entre las manos. 

- Esta sonrisa la registro para que cuando recuerdes a la niña que se divertía jugando conmigo y sonreía de forma similar, cuando te acuerdes de soñar, me regales una sonrisa por Navidad, igual que ese niño. –la joven sonrió ampliamente y sólo recibió una extraña mirada de su compañera que pareció recordar algo y desapareció apresuradamente.

Zaína miró sus manos y vio la imagen de una chiquilla llamada Naille que sonreía con dulzura mientras corría por los campos de las cinco lunas. Sonrió y guardó de nuevo el recuerdo sumergiendo las manos en las aguas. Las imágenes de la navidad humana se sucedieron de nuevo y la joven llevó las manos húmedas a su corazón.

- El regalo perfecto es el recuerdo más olvidado, el recuerdo creado y el recuerdo compartido. El mayor regalo es aquel que hace temblar a la mente y que apunta al corazón, el mayor regalo es una sonrisa y una lágrima, un sueño perdido y otro renovado. El mayor regalo de la Navidad, es la Humanidad.

Y Zaína se quedó allí varias horas, contemplando como los humanos corrían de un lado para otro y los villancicos bailaban en el Claro de Laguna. Su mayor regalo era incumplir sus deberes para contemplar un planeta normal, remoto y con no muy buena reputación entre el resto, su mayor regalo era la esperanza que la Navidad encendía en sus dos corazones.

#ProyectoParaDos La Biblioteca (Parte I) - María L.S. y Naif

1 de septiembre de 2015

Ya estamos en septiembre y con él llegan los relatos de Proyecto para dos de Reivindicando Blogger. Ha sido una experiencia maravillosa. Escribir a cuatro manos es divertido y se aprenden y corrigen detalles que habías pasado por alto muchas veces. Naif y yo os traemos un relato cuya idea brotó de las palabras que nos tocaron y que nos ha encantado escribir. Esperemos que os guste y que os guste tanto como nos ha gustado a nosotros descubrir una historia tan peculiar. Y por último quiero agradecer a Naif que haya sido tan paciente con los acentos que tanto me gusta saltarme y por haber escrito conmigo este relato. ¡Gracias!

Esta es la primera parte de la historia por lo que dejaré al final del relato el enlace a la segunda parte que se publicará en el blog Historias de Naif. Así que a leer se ha dicho ^^ 

La Biblioteca - Parte I

El espejo de cuerpo entero que cubría una de las paredes de su habitación le devolvió la imagen que más gustaba contemplar. Se pasó la mano por el pelo y sonrió. Luego se dio la vuelta y se miró en el que cubría la pared opuesta. Observó la parte de atrás de la chaqueta y tiró un poco de ella hacia abajo.
Dos golpes huecos hicieron que girase la cabeza hacia la puerta.
-¿Señorito Silverjay?– dijo una voz al otro lado.
-Pase.
El joven se acercó a la cómoda y cogió una tarjeta de crédito que metió en su cartera, guardándola en el bolsillo interior de la chaqueta. Al darse la vuelta se encontró con su mayordomo personal.
-¿Qué ocurre?– preguntó mientras se abrochaba la chaqueta.
-Ha llegado una carta para usted– el hombre le tendió un sobre blanco sin nada escrito en el exterior.
El joven la sujetó y con un movimiento de mano el mayordomo salió cerrando la puerta tras de sí. Abrió el sobre sin pensarlo y, movido por la curiosidad que le caracterizaba…
A Nathaniel Silverjay:
Soy un anciano al que le queda poco tiempo en este mundo. Es mi deseo dejarle a usted lo que he guardado durante toda mi vida, uno de los secretos más maravillosos y valiosos que le quedan a esta tierra. Preséntese en la dirección y hora que le adjunto en la tarjeta. Mucha suerte.
¿Mucha suerte? Ni que fuera de vida o muerte. El joven buscó la tarjeta y al leer la dirección comprobó que era una zona de la ciudad que no frecuentaba. Era la zona de empresas y negocios. Eso quería decir que ese anciano debía de ser rico o incluso mucho más. ¿Herencia misteriosa? ¿Deseo de un pobre anciano? ¿Toda una vida? Demasiado tentador como para no acercarse. No supondría un gran esfuerzo y no tendría que trabajar para conseguirlo. Sonrió y guardó la carta en la caja fuerte que su padre le había instalado en la habitación, cerca de la cabecera de su cama.
-Nathaniel, vuelves a estar de suerte.– se rio y se colocó las mangas de la chaqueta.
Se acercó de nuevo al espejo y volvió a contemplarse. Se pasó la mano por el pelo de nuevo y sacudió polvo inexistente de la chaqueta. Era atractivo y él lo sabía. Rostro triangular, blanco porcelana y ojos con un brillo infantil. Labios finos y nariz afilada.
-Hoy las chicas caerán rendidas.– se guiñó un ojo y desapareció por la puerta.

Volvió tarde. Las cortinas se abrieron cuando solo creía que había pasado un momento desde que se acostó. El mayordomo miró al joven desde uno de los laterales de la cama.
-¿Por qué me despiertas?– refunfuñó entre las sábanas con voz ronca.
-El señorito me dijo antes de marcharse que le despertase temprano.
-¿Te dije por qué?
-Algo sobre una herencia, señorito.– respondió el mayordomo de forma mecánica.
El joven se incorporó de la cama de golpe y recordó la carta sonriendo.
-Prepara un buen traje.– ordenó y el mayordomo se deslizó dentro del armario vestidor.
Nathaniel se acercó al espejo. Un escalofrío le recorrió la columna de arriba abajo. Estaba nervioso, más incluso que cuando su padre le compró el descapotable que se le había antojado o cuando su madre lo incluyó como protagonista de una de sus películas.
El mayordomo le dejó unos pantalones negros, una camisa blanca y una chaqueta negra encima de la cama. Luego desapareció. El joven se vistió y cogió las llaves del descapotable.

Las calles eran un hervidero de gente y coches y el joven llegó a impacientarse. Intentó buscar formas de atajar y se saltó algún semáforo. Apretaba el acelerador cuando veía ocasión.
Al llegar a la dirección indicada, Nath se sorprendió dos veces. La primera, porque en lugar de un majestuoso edificio en el que residiese el anciano se encontró con un jardín. La segunda, porque en la verja de la entrada una inscripción rezaba “Librería MIL MUNDOS”.
Uno de los secretos más maravilllosos– pensó Nath hirviéndole la sangre -. Debes de estar tomándome el pelo.
De repente se acordó de algo y tomando la tarjeta leyó para sí “… los secretos más maravillosos y valiosos…”. ¿Podría ser cierto? Poniéndose de puntillas podía llegar a ver una casa antigua en el medio. Solo había una manera de averiguarlo. Encogiéndose de hombros empujó la verja para entrar.
Avanzó unos pasos cuando escuchó pisadas detrás de él en el camino de grava. Al girarse, pese a que sabía que no había nadie, se fijó en que la verja se había cerrado, con el cerrojo corrido. Le pareció escuchar voces, pero se quitó la idea de la cabeza.
Empujó la puerta de madera oscura sin molestarse en llamar. Daba a un pasillo con estantes desordenados, con libros y pequeñas estatuillas, y al fondo había una puerta entornada. Las puertas laterales estaban cerradas, por lo que pasó de largo, entrando directamente.
Detro había un hombre sentado en una butaca, con un libro abierto sobre su regazo. Al verle entrar levantó la vista y cerró el libro.
-¿Es usted quien me ha escrito la nota? ¿Se refería a esto- gesticuló Nath con la mano -, a una librería?
El anciano le observó con sus ojos grises, cargados de paciencia.
-Por favor, siéntate.- señaló el sillón de color verde frente al suyo. Nath torció el gesto, pero lo hizo. –Bienvenido a la biblioteca Mil Mundos. Probablemente te estés preguntando por qué te elegí a ti. –sonrió-. Fuiste elegido al azar entre todos los jóvenes entre dieciséis y veinte años de la ciudad.
-¿Me está tomando el pelo?– el anciano lo miró fijamente -No debería tener acceso al censo de la ciudad.
-Razón no te falta. No debería, no, pero tampoco ha sido tan difícil.
Nathaniel lo miró. Resopló indignado. El anciano lo miró y se rió.
-¿Eres Nathaniel Silverjay?
-¿No es obvio?
-Es una simple formalidad. ¿Seguimos?
-Sí, soy Nath Silverjay.-le mostró el documento de identidad.
-Perfecto. Una pregunta que no viene a cuento, ¿crees en la magia?
-¿Cómo dice? ¿Me va a regalar una varita y decirme que soy el elegido?
-Yo mismo le increpé algo parecido a mi predecesor.- hizo una pausa y murmuró bajito –Entonces yo tampoco creía en lo que no podía ver y sentir.
Le miró fijamente y Nath sintió sus viejos ojos recorriendo su cuerpo.
-De acuerdo. Antes me preguntaste si la herencia consistía en esta biblioteca.- Nath le observó expectante –Sí, pero no sólo almacena libros, con un importante valor histórico e intelectual. Me gustaría contarte más, pero no me es posible por el momento. Antes de nada sería necesario someterte a una serie de pruebas para valorarte, y firmar una declaración en la que aceptas a no revelar nada de lo que se te muestre, de ninguna forma directa o indirecta, consciente o no.
-¿Eso es todo? De acuerdo, supongamos que acepto y me comprometo a no hablar de nada de lo que ocurra…- exceptuando aquellos casos en los que no pueda controlarlo –¿Qué gano si supero las pruebas o si sólo supero algunas?
-Si aceptas hacerlas, sabrás más de la biblioteca y de los secretos que encierra. No hay un número fijo de pruebas, a medida que las superes se te plantearán otras o no; y en caso de que no lo hagas se te dejará marchar. Si superas todas, la biblioteca te pertenecerá y tú a ella. Cuidarás de ella y la protegerás, y ella a ti. Y ahora sí que no se me permite decir más.
Nath lo pensó detenidamente varios minutos.
-¿Es necesario que trabaje?
El anciano se rio con fuerza y se le cayó el libro del regazo.
-No, no es necesario que lo hagas.- contestó cuando fue capaz, recogiéndolo –Pero tampoco te vendría mal, ¿no crees?
Una vez posea la biblioteca y pueda controlar lo que hay en ella veré qué hacer.- se dijo Nath para sí. –Además, nunca antes he fracasado en lo que se me ha antojado. Serán pruebas relacionadas con este montón de papel, no deberían resultarme difíciles.
-De acuerdo, acepto.
El hombre sacó un pergamino de su chaqueta y un bolígrafo con forma de pluma. Se lo tendió al muchacho y se quedó parado mirándolo.
-Si estas decidido, firma ahí.
Nathaniel sujetó el bolígrafo y notó un suave cosquilleo. Puso el pergamino en una mesa y firmó sin leerlo. Una vez posó la punta de la pluma en el papel sintió cómo si alguien firmara por él y su nombre apareció deslizándose por el blanco del pergamino. Al terminar sintió un suave latigazo entre los dedos y el bolígrafo desapareció. Con una chispa y una llama el pergamino se esfumó.
-¿Crees ahora?- el anciano sonrió y le hizo un gesto para que lo siguiera.
El joven miró varias veces a derecha e izquierda pero lo único que había allí eran butacas, estanterías y una chimenea con una decoración barroca y figuras mitológicas en su repisa. No parecía haber trucos. Absolutamente nada.

Bajaron por unas escaleras que había tras una trampilla y el joven no pudo evitar pensar en una de las películas de su madre. En ella un hombre guiaba a jovencitas a su casa y luego las asesinaba en un sótano al que se accedía por una trampilla. Tú no eres una jovencita, idiota- se dijo a sí mismo.
Abajo había una especie de vestíbulo rodeado por algunos cuadros. Eran gente elegante y variopinta. Podría haber pensado que eran familia de no haber sido por que todos eran una galería de razas, colores y rasgos variados. ¿Por qué tiene estos cuadros aquí abajo escondidos pudiendo decorar la casa con ello? Es un desperdicio.–pensó.
-Los guardianes y guardianas que me preceden.– explicó el anciano mirando los cuadros.
Continuó caminando hasta detenerse ante un muro cubierto por enredaderas. Introdujo la mano entre las hojas y acarició levemente un tallo, y de pronto las enredaderas comenzaron a reptar y ocultarse en los huecos de la piedra, permitiendo la entrada a una estancia redonda.
-De modo que además de hacer magia también habla pársel.- comentó Nath fingiendo interés -Esto se pone cada vez más interesante.
-No seas bobo, Nathaniel. Esto no es Hogwarts.- respondió curvando los labios, lo que hizo pensar al joven que el anciano no podía dejar de sonreír.
Entraron en una estancia redonda repleta de estanterías con libros, todas de madera oscura, lisa y pulida. En el centro de la sala había vitrinas con libros abiertos y encerrados. Ni que tuvieran patas, rió el joven para sus adentros con cierta sorna. En otras mesas de la misma altura que las vitrinas descansaban objetos que parecían antiguos y algunos estaban corroídos, aunque estos últimos eran escasos ya que el resto brillaban.
Siguió al hombre y se fijo en algo que no había visto al entrar. Según avanzaban entre los atriles vio unas figuritas escuálidas, grotescas y verdes revoloteando con libros en las manos o sin ellos de un lado a otro. No tenían alas, pese a que se movían como si las tuviesen, quizás invisibles. Y tenían unos largos bigotes blancos. A Nath le recordaron a los duendes de los cuentos infantiles, pero mucho más feos. Tenían la cabeza pequeña, con la mandíbula y el morro hacia delante y con ojos más grandes de lo que cabría esperar en seres tan pequeños.
-Son los whiskers. Se encargan de cuidar a la Biblioteca.- dijo el anciano.
-Querrás decir de ordenar la biblioteca.
-No. Quiero decir lo que he dicho.– el anciano se encogió los hombros y observó al joven mientras miraba la biblioteca. -¿Asombrado?
-No.– respondió seco. -¿Qué quieres que me asombre? Sólo son libros.
El anciano negó con la cabeza y chasqueó la lengua. Nathaniel se sentó en un sofá que ocupaba el centro de la sala, entre dos reliquias. Dos whiskers se acercaron al anciano y saludaron con un gesto de cabeza. Le hablaron en un susurro que parecía un silbido alargado y el hombre asintió.
-Si me disculpas, tengo que encargarme de unos asuntos– se dio la vuelta y andó unos pasos hasta añadir una última frase -. Ponte cómodo, puede que tarde un rato largo.
-No hay mucho que ver, de aquí no voy a moverme– el joven sonrió -. A no ser que pase una chica guapa o un billete volador– miró con aburrimiento a su alrededor y prosiguió -, pero me temo que eso no va a ocurrir.
-Ten cuidado, no vaya a ser que abras un libro y te muerda.– el anciano sonrió con malicia y desapareció tras las criaturas.
El joven cogió el móvil y lo encendió. No ocurrió nada. La pantalla estaba en negro. Probó varias veces y cansado lo metió en el bolsillo.
Poder… Serás el más poderoso… Un susurro llegó hasta sus oídos. Levantó la cabeza y miró a los lados. Aparte de las criaturitas no había nadie más. Sólo libros y reliquias. Al alcance de tu mano… Dinero, poder, reconocimiendo y adoración… Todo… al alcance de tu mano.
Al alcance de tu mano… Se miró las manos y después alrededor. A su derecha había un atril y en él un guante de hierro con piedras preciosas y ramas que lo rodeaban llenas de espinas. Poder… Un brillo tenue rodeó al guante cuando llegó aquel breve eco a su mente.
Se acercó más y comprobó que ni siquiera lo rodeaba una vitrina. Dinero… Alargó la mano sin percatarse de las criaturas que habían detenido su trabajo y lo miraban horrorizadas llevandose sus pequeñas manos a la cabeza. Emperador Silverjay… Aclamaciones, control… ¿no sería delicioso?
-Emperador Silverjay… -repitió el joven con una sonrisa bobalicona.
Fue acercando las manos de forma lenta y sintiendo un calor que palpitaba en la punta de sus dedos. Se detuvo. Miró el guantalete y cerró el puño. Sonrió y se apartó de él. Se sentó y miró al frente, hacia las estanterías.
Sólo tenía seguirle la corriente al anciano y una vez fuera suyo todo aquello… Él sabía lo que haría. La voz continuó y a ella se añadió la voz de otras reliquias que lo rodeaban. Cerró los ojos y se dijo que valía la pena esperar.
El anciano volvió una hora y media después. Lo encontró sentado en el sofá y dormido. Nathaniel se despertó cuando el anciano profirió una sonora carcajada. No recordaba haberse dormido, sólo las voces y cerrar los ojos.
-Eres el primero que se duerme. ¿No has oído nada?
-¿Oír qué?– alzó una ceja mientras se levantaba mientras su mirada se desplazaba hacia el guante sin darse cuenta.
-Ya veo. Enhorabuena, has superado la primera prueba.– se detuvó un momento y continuó -. Creo que esta vez serán tres… sí, tres.– añadió casi de forma inaudible.
-¿Cómo?– preguntó.
-A la Biblioteca no le gustan los avariciosos, se le da bien detectarlos. Ella los tienta, y ellos cogen y huyen, pero la Biblioteca no vive sólo en estos túneles.– el hombre miró a la puerta de salida -Les proporciona una vida eterna pero los encierra en sus garras.
El joven lo miró y luego al guante. Sonrió. Había acertado al tener paciencia. Observó al anciano y este se dirigió hacia la puerta de salida.
-Sus garras son como las telarañas, hermosas pero efectivas. Los que logran salir de la Biblioteca caen como moscas.
-El jardín…- susurró el joven.
Tragó saliva y recordó el tiro de su chaqueta. Recordó las voces y se alegró de no haber cogido nada. Quizás no era tan buena idea después de todo.
-¿Ha escapado alguien?– inquirió mientras se sujetaba las manos detrás de la espalda, que sudaban como endemoniadas.
-Hubo uno que lo consiguió una vez. Sólo uno. Pero fue hace mucho y el guardián al cargo lleva milenios muerto. Desde entonces la Biblioteca ha agudizado su ingenio para dejarlos cautivos en el jardin sin permitirles encontrar la salida.– dijo y miró al joven.
-¿Y si el que escapa es un guardián?
-¿Tú que crees?
 El anciano guardián le acompañó de vuelta a la entrada de la biblioteca.
-Nos veremos mañana, creo que a la misma hora. No me esperes.- se rio como si fuera un pequeño chiste y cerró la puerta dejando a Nath en el jardín.

Cuando sus pies rozaron la hierba del jardín supo que era real. Las voces, ahora con conocimiento de ellas, se habían vuelto más nítidas y algunas agonizantes, recorriendo sus tímpanos sin compasión. Salió casi corriendo y volvió al mundo real.
Lo primero que hizo fue acercarse a una tienda de móviles de última generación. Luego volvió a envolverse en sus sedas y olvidó durante unas horas la misteriosa Biblioteca.
***
Se despertó bruscamente al sentir la luz en el rostro. Al abrir los ojos se descubrió de pie acariciando la tapa verde oscura de un libro, junto a los sillones aterciopelados de la biblioteca.
-¿Qué…?- exclamó, antes de mirar a su alrededor. Su reloj de pulsera marcaba la misma hora que el día anterior. -¿Qué hago aquí?
El anciano le miraba con ojos expectantes a su lado.
-¿Has descansado bien?- preguntó educadamente. Nath subió la barbilla y cerró los puños al darse cuenta de que volvía a referirse a su persona de tú en vez de usted, pero no dijo nada. –La biblioteca… insiste en traer de vuelta a quienes superan exitosamente la primera prueba. Sígueme.
Detrás de usted, Alfred.- pensó Nath permitiéndose esbozar una sonrisa.
Igual que el día anterior, el anciano le llevó escaleras abajo, a la parte más profunda de la biblioteca. Dejaron atrás las salas y pasillos repletos de libros para adentrarse en los túneles.
Algunas de las salidas de los túneles conducían a otros aparentemente iguales que el primero, iluminados con una luz clara que parece brotar de las mismas paredes; otras a salas de lectura repletas de libros, apilados en mesas de estudio o siendo ordenados por esos pequeñas y grotescos whiskers; y en ocasiones a salas cerradas por puertas de cristal, vacías o guardando reliquias mientras acumulaban polvo.
El anciano se detuvo ante una puerta de cristal, que se deslizó dejándole pasar. En el interior había un whisker desplazando cinco tomos de una mesa a otra, dispuestos en un pentágono. El anciano eligió uno al azar y la criatura, subiéndoselo a los hombros lo llevó y lo abrió en un atril, dispuesto en el extremo de la habitación.
-Gracias, Albert.- le agradeció el anciano con una sonrisa. Cómo conseguía distinguir unos de otros era todo un misterio. –He aquí tu segunda prueba- parecía querer decirle algo más, pero se detuvo y le miró a los ojos – Buena suerte, esperaré fuera. Llámame si no consigues nada.
Nath se quedó mirando el libro abierto mientras la puerta se cerraba tras el anciano. ¿Si no conseguía nada?- sintió bullir la ira en su interior –Sólo era un montón de hojas con caracteres garabateados, no podía ser tan complicado, ¿o sí?
Se acercó al libro y cogiendo aire comenzó a leer. El capítulo elegido trataba de la historia de unos jóvenes con poderes sobrenaturales, lo que le sorprendió. Juzgando las tapas del libro había creído adivinar la aburrida lección de historia a la que iba a enfrentarse.
Continuó leyendo, primero muy despacio e intentando comprender bien cada palabra, como si se tratase de un libro de texto; pero después de leer cuatro veces la misma línea dejó de intentarlo. Maldita sea.- pensó y miró hacia la puerta. El anciano seguía observando todos sus movimientos.
Comenzó de nuevo el capítulo, que al principio le había parecido incluso sencillo, murmurando para sí. Giró el reloj para no distraerse y siguió leyendo, y cuando alcanzaba una palabra desconocida la encajaba en el contexto.
Ninguno de los personajes parecía poseer poderes normales, como controlar el fuego, el aire o el agua; sino diversos seres materiales o inmateriales, que el autor se afanaba por relacionar con las almas.
Uno de ellos, un chico de dieciocho, arisco y borde con el mundo, poseía las sombras de los demás como si estas fueran un pedazo de sus almas y de sus recuerdos. Se lo tomaba como si fuera el supervillano de un cómic y cada vez que descubría una habilidad similar la nombraba – Dark Shield, Blade Tide, Underclaw… - y con ellas tomaba a quien quisiera y creaba una sociedad contra la justicia ideada por el hombre, inconscientemente proclamándose dios. Con él surgieron otros de la luz y de la oscuridad.
Por último, el alma de un joven que perdió la vida en un horrible accidente invocó a los insectos y arácnidos, que reconstruyeron su cuerpo. Ya no era uno, ahora era cientos de organismos pequeños, y ellos eran él. Se llamaban Leonardo.
-Si pudieras poseer el mismo don que uno de ellos, ¿cuál sería?- ronroneó una voz juguetona en su oído.
Nath se giró sobresaltado, pero no había nadie más en la sala.
-Estoy justo delante de ti, bobo.- se rio el libro –Nací en la mente de un joven y sigo siendo. Y ahora responde a mi pregunta.
Lo cierto es que la idea de controlar a pequeños bichos a voluntad y ver a través de ellos, además de reformar su cuerpo le parecía perfecta; y así lo dijo.
Leonardo.- confirmó la voz cantarina.
Durante unos minutos no sintió nada, pero de pronto sintió que algo se deslizaba bajo su piel. Era… una sensación muy desagradable, incomparable a lo que había pensado.
Abrió la boca para rechistar, pero entonces volvió a sentir la sensación. No sólo en su espalda, subiendo hacia la nuca. No sólo en el muslo, subiendo hacia la entrepierna. Los pequeños bullían bajo el pelo, primero menos y cada vez con más fuerza. Les notó palpitar bajo los mismos ojos, pequeños orzuelos aún sin formar; les notó arrastrarse en el interior de su lengua. Eran vida y poseídos por ella, correteaban.
Muerto de asco, Nath se dejó caer al suelo.
¿Así es como un libro se venga de mi avaricia?- se dijo a sí mismo mientras observaba cómo le palpitaba la piel de los brazos. Algunos pelos se sumergieron dentro para volver a salir y retorcerse solos
De pronto palideció, preso de una sospecha. Cogiendo uno de los pelos nuevos entre dos dedos, tiró con fuerza y… arrastró fuera de la piel una minúscula araña de patas largas, que no dejaba de retorcerse. Chillando de terror, la lanzó al otro extremo de la habitación.
¿Estoy relleno de insectos?- se preguntó temblando mientras se estrechaba los brazos sobre el pecho. Los notó corretear en su interior y negó con la cabeza. No, es justo como describía la historia- tomando una bocanada consiguió calmarse -, los insectos conforman mi cuerpo, al que doy forma según recuerda mi alma.
-Aprendes rápido- escuchó en su interior la voz cantarina, con tono jovial y divertido –para alguien que no vive en su mente lo que lee. Pero el alma no tiene cuerpo ni forma.
Nath se puso en pie con lentitud. Las piernas aún le temblaban y las rodillas castañearon cuando atravesó la habitación. Entre sus manos tomó a la pequeña araña que había lanzado momentos antes, y tras acunarla la colocó en su mejilla, donde pudiera verla. Cojeaba ligeramente.
-Perdóname, había olvidado que somos Nathaniel Silverjay. Vuelve.- se levantó el párpado y la pequeña se acurrucó en su cálido interior.
Dándose la vuelta, fijó sus ojos en los cansados y grises ojos del anciano, que seguía en la puerta. Conque ni cuerpo ni forma, neh?- pensó.
Los insectos del interior del cuerpo se desplazaron hacia dos puntos sobre los omoplatos, y de forma simétrica extendieron distintos filamentos hacia el suelo. A continuación, las arañas se impulsaron de uno a otro, creando una pequeña membrana que, con el continuo fluir de insectos se endureció.
Nath miró a su izquierda. Allí estaba, justo por encima del hombro, tal y como la recordaba. Ordenó a su cuerpo que la moviese, tal y como uno ordena a sus dedos que se desplacen por un teclado, y así lo hizo. Era un ala perfecta.
Pero ellos antes no tenían alas, ¿no?- se dijeron, y las alas se desprendieron solas, en mil seres que se introdujeron de nuevo a través de su piel.
-Sí, perfecto.- la voz daba saltitos de alegría –Todo es anatomía, basta con poder controlar los organismos que componen tu cuerpo y alterar su forma. Y dado que ya has aprendido a hacerlo…
Bruscamente se hizo el silencio. Nath se observó las uñas, que ya no cedían; buscó los dientes con la lengua, que ya no cambiaban de sitio; y sin poder evitarlo se rascó hasta enrojecer todos los pedacitos de piel que podía alcanzar. Y añoró la presencia de seres pensantes compartiendo su alma.

Cuando el anciano abrió la puerta, sonreía más abiertamente.
-Enhorabuena, la biblioteca me ha confirmado que has superado con éxito esta segunda prueba- A Nath le brillaron los ojos, pero antes de poder contestar sin pensar, el anciano le cortó -, pero tanto ese libro como yo queremos compartir algo contigo.
-Incluso si superas la tercera prueba y decides cuidar de este preciado tesoro, deberías enfrentarte a los demonios que escapan de los libros, criaturas de corazón helado y alma inexistente, ocultas en lo más profundo de la red de túneles. E incluso si triunfas, siempre deberás enfrentarte a ti mismo, y quizás no te guste lo que descubras al final de todo.
El anciano apartó los ojos un breve instante, antes de volver a deslizarlos por su rostro. Esta vez a Nath no le parecieron cansados, sino resignados.
-Has tenido suerte eligiendo ese don. Si al azar hubiera elegido otro libro y el poder hubiese sido controlar el aire, ¿dónde crees que yacerías ahora?

Oscuridad Maldita

30 de julio de 2015

Era una noche clara, iluminada por la luz de la luna nueva. No había nubes, el cielo estaba limpio y las estrellas titilaban a millones de años luz. Hubiera sido un bonito paisaje de no ser por el lugar que iluminaba. El joven se quedo parado, exhausto de huir de sus perseguidores. No tenía miedo que le atrapasen, no allí.

El agua estaba quieta, en calma y el lago, que más parecía mar por no poder verse donde finalizaba, no le tranquilizó ni un instante. De día eran aguas en constante movimiento, incluso cuando no hacia ningún tipo de brisa. Por la noche se quedaban sigilosas, calladas, expectantes por una presa que errara en su camino. Ni de día ni de noche y ni siquiera en la madrugada o el atardecer había alma que se atreviera a acercarse.

La cuestión era simple y una advertencia no escrita. Ni en libros ni en leyendas que estuviesen al alcance de las criaturas moradoras de los alrededores, sólo el recuerdo de los que nunca volvieron. Pero todos se mantenían alejados, todos sabían que no debían acercarse. Las aguas eran de color negro. No estaban sucias, de hecho eran limpias. La oscuridad las envolvía como una neblina que bailaba por su superficie. No había reflejo alguno, luz ni atisbo de ella.

Camp NaNoWriMo Julio 2015 - Parte III [Última]

22 de julio de 2015

Ayer, día 21 del reto Camp Nanowrimo, superé la cifra que me había impuesto para escribir en este mes. He escrito un total de 50.613 palabras y todavía no he terminado la historia en la que he estado trabajando. Lágrimas de sangre va más o menos cerca de la mitad y este mes voy a seguir escribiendo y voy a seguir haciéndolo a diario.

He aprendido algunas cosas entre las que se encuentra el hecho de que me he visto capaz de superarme a mi misma y eso es un buen sentimiento. Luchar contra mi propia pereza día a día y sentarme a escribir aunque fueran sólo 100 palabras ha merecido la pena. Lo importante no es cuanto escribas sino que lo hagas, escribir y escribir, escribir y escribir, es la forma de mejorar (aparte de leer, claro). 

También he aprendido que no por correr se acaba antes. Esta novela es la 'reescritura' de un borrador que tenía desde hace dos años. En ese borrador lo escribi todo corriendo y todo es muy precipitado, tanto que no es creíble. En esta nueva versión he cambiado la forma de escribir. Ya no es en primera persona, permitiéndome así abarcar más personajes, y el quid de la trama ha cambiado totalmente. He puesto la historia en un mundo ficticio y así funciona mucho mejor. Por otra parte me he detenido en explicar muchas cosas, en dejar que los pensamientos y recuerdos de la protagonista aumentaran. Y esto me ha resultado útil. He conocido mejor a mi protagonista y sus reacciones son más verosímiles y comprensibles.

Todavía me queda mucho que trabajar y espero poder terminarla este verano. Os animo, ya no a participar, sino a poneros una meta y luchar por superarla. Mentalizaros, centraros y hacedlo, no dudéis, simplemente hacedlo. Creo que esto puede aplicarse a cualquier campo de la vida. No tengo mucho más que decir, la verdad. Cuando termine la novela os avisaré. Hasta entonces os dejo el prólogo.

Prólogo: Semilla de sangre
Era un día hecho de naipes. El cielo parecía a punto de romperse, el mar estaba tranquilo pero amenazante en su vaivén. Era casi de noche y quedaba ya poco del día, solo la débil luz del sol reflejando en el suelo.
Los pasos de la niña iban con calma acompañados del firme zapateo de su niñera. La niña era delgada y alta, su larga coleta morena se balanceaba de un lado a otro emulando el tic tac de un reloj pero en silencio. Caminaba callada con tal de evitar cualquier reprimenda de su guardiana.
No le gustaba ir a la escuela, no a la suya. Ir a la escuela privada era pagar por estar encerrada y recibir órdenes que se suponían para educar a los futuros nobles que serían aquellos niños, diamantes en bruto como decía la esquelética directora. Ella solo quería disfrutar como los niños que veía jugar y ensuciarse desde la distancia en la escuela que se encontraba cerca del puerto. Se vió llena de barro y persiguiendo a los otros niños y niñas. No era una dama, sólo una niña, de carne y hueso, no de porcelana como pretendían inculcarle.
- Isabella, detente. -la voz de su niñera la saco de su imaginación.
Miro a la mujer y luego reconoció su casa. Dió un paso hacia ella pero la niñera la sujetó y ella se percató de que la puerta estaba abierta de par en par.
Se retorció del agarre de su niñera y  corrió para entrar en su casa. A su espalda corría la niñera gritando su nombre y ordenándole que parase. Sin embargo, a pesar de ser una niña todavía, corría más que su cuidadora.
Al entrar pasó rauda por el pasillo de la planta baja y se dirigió al salón por inercia. Allí era donde encontraba siempre a su madre. Veía los objetos caídos de los muebles, más bien tirados creando un imperceptible camino hacia el salón. Los veía pero no lo terminaba de comprender. El silencio invadía sus oídos de un modo febril y sentía una mano fantasmagórica oprimiendo su pequeño corazón.
Cualquier aspecto elegante y refinado del salón había sido sustituido por una especie de caos ordenado. Igual que en el pasillo los objetos parecían crear una especie de recorrido irregular del que la pequeña ni siquiera se percató.
La niña se acercó despacio al sofá y descubrió a su madre en el suelo, intentando apoyarse en el mueble. Corrió a su lado y la abrazo.
- Mi pequeña, mi pobre niña. -murmuraba su madre con calma, intentando esconder el dolor a la niña.
La niña se incorporó y se quedó de rodillas a su lado. Se miró el vestido que llevaba y una lagrima la recorrió al verlo manchado de sangre. Miro a su madre y distinguió como se sujetaba el pecho con fuerza. La sangre discurría hacia abajo y lo impregnaba todo.
- Ma...mama. -su madre le sujeto una mano y la miro con cariño a pesar de su flaqueza.
- Recuerda. Atenta, Isabella. -respiro con dificultad pero sin apartar la mirada de su niña-. Tienes que ser fuerte, defenderte de las personas malas. Confía solo en tu familia paterna, sólo en la que conoces. Siento... siento dejarte en este mundo… sola.
Sus ojos amagaban por cerrarse y el dolor era cada vez más evidente. Incluso la niña era capaz de ver que su madre se estaba despidiendo.
-       Sé fuerte y ten valor, mi tesoro. –apenas se oía ya el murmullo de la mujer.
Sus ojos se apagaron y la niña se quedó allí. Lloraba de forma desconsoladora. Sus manos se sujetaban con fuerza al cuerpo sin vida de su madre. No quería admitir que su madre no fuera a volver a abrazarla, no comprendía que la vida le jugase esa mala pasada. Sus ojos se desviaron hacia la derecha, al lado de su madre vió una rosa blanca y por un breve instante pensó que en ningún momento habían tenido ese tipo de flores. Pero pronto se olvidó y siguió con su llanto.
Cuando llego la guardia la encontraron abrazada al cadáver y sin lágrimas ya que derramar. Su niñera la cogió y la ayudó a contestar las preguntas de los guardias. Los vecinos miraban desde las puertas y las ventanas. Todos querían enterarse pero ninguno parecía haber oído nada. La mayoría decían no haberse encontrado en la casa y solo muy pocos denotaba verdad.
Aquel, era un día de naipes, el cielo se había quebrado y en un segundo la torre de la niña, su hogar y su madre, se los había llevado, no el viento, sino la crueldad de este mundo. Pasaría mucho tiempo hasta que el rostro de Isabella volviese a llenarse de lágrimas.
Mientras su niñera la llevaba a la casa de su mejor amiga, la niña iba callada. Recordaba la sangre y al mirar su vestido le daban ganas de vomitar. Pero las ganas y el dolor se los tragaba como podía y cuando su niñera la miraba con compasión ella se escondía en sí misma. La pena era su enemiga y ella tenía que ser fuerte, tal y como a su madre deseaba.

En el puerto el mar comenzaba a azuzar las rocas de la costa. La gente iba de un lado para otro. Jornaleros yendo a contratiempo, mujeres comprando las últimas viandas del día y niños jugando durante los últimos minutos del día. En la taberna se empezaba a oír el murmullo que se convertiría en alboroto al caer el manto de la noche.
Era un lugar impregnado de olor a alcohol y a sudor, con humedad y un deje de mal humor en ciertos clientes. También se notaba la codicia del matrimonio que ostentaba el cargo de dueños de la taberna en cada orden que daban a sus trabajadoras y trabajadores instándoles a aumentar su trabajo. En el ambiente se cocía la resignación de las camareras, obligadas a soportar a maridos o solteros que buscaban placer más allá de la bebida, y la impaciencia de los viajeros que solo buscaban una noche tranquila pero que sabían en el fondo que allí no lo lograrían a pesar de ser la taberna más barata y la única en aquel puerto.
En una esquina, entre las sombras del edificio, había dos figuras masculinas. De ambas no se distinguía ni el rostro ni el semblante que pudiesen tener. Aquel lugar dentro de la taberna les ayudaba a esconder su conversación sin miedo a ser escuchados pero aun así alerta. Uno de ellos, el que parecía esquelético y alto, sujetaba el mango de una espada. En el extremo, el mango tenía la forma de una rosa blanca con cada detalle grabado en ella. El otro estaba completamente escondido en las sombras y no podría afirmarse si era bajo, alto o de que estatura aproximada.
-       Esto sólo es un contratiempo. Debes seguir buscando. Mi hermana fue lista, demasiado. –la voz sonaba grave y con un deje de molestia.
-       Nada había en la casa, ella te prometió que alguien terminaría con tu codicia, que esperaría en el otro barrio a que te reunieras con ella para compartir el infierno que os habéis labrado.
-       Palabras. Un intento de convencerse de que no ganaré, pero lo haré. Al infierno irá ella, está claro. Teníamos un trato y lo rompió por un hombre al que le importaba más una reliquia que su propia familia. –se detuvo y se inclinó ligeramente hacia el centro de la mesa.
Su mano se asomó a la luz y el reflejo de un anillo con las iniciales EC y el símbolo de una espada se entrevió en medio de la oscuridad que lo envolvía. Respiró y chasqueo la lengua al percatarse de un hecho que había pasado por alto.
-       Esa mocosa, lo tiene que tener la niña. –su voz estaba llena de furia, de fastidio y de cierta represión a algo tan obvio.
-       No lo creo, señor. La niña solo tiene siete años, no le confiarían algo tan importante y su madre jamás jugaría con su vida, usted lo dijo antes, su madre le traicionó por amor y por amor jamás arriesgaría lo que cualquier madre considera su tesoro.
-       Ve a por la niña. Capturala y entrégamela. Veremos que tesoro prefieren proteger y hasta donde son capaces de pagar por hacerlo.
-       Sí, señor. –la sombra se levantó y se inclinó de forma disimulada.
Cogió un sombrero viejo que reposaba sobre la silla de al lado y se lo puso. Al poco de comenzar a caminar desapareció entre la gente que empezaba a llenar la taberna. La otra figura se quedó en las sombras martilleando la mesa de forma rítmica. Su anillo seguía el vaivén de su mano y por un breve instante la luz que reflejaba el anillo mostró una sonrisa malévola en el desconocido rostro de la sombra.

La noche cayó sobre la taberna, la oscuridad envolvió el puerto y una niña prometió no volver a llorar frente a la ventana de su nueva estancia provisional. Aquella niña aprendió que sólo le quedaba su coraje y fortaleza, el silencio del dolor sería primero su coraza, y algún día tendría la capacidad de convertir su dolor en su mejor arma.

La tormenta se cernió sobre la ciudad portuaria y el mar golpeó embravecido el puerto, intentando llevarse los barcos, intentando limpiar la sangre que los hombres habían incrustado en la tierra. Pero la sangre, la sangre incrustada en los corazones no desparece jamás, se esconde y espera su turno para embravecer la marea de furia de los humanos. Queda latente y es la semilla de la venganza. Sin embargo, el corazón de aquella niña no tenía suficiente madurez para desear venganza o siquiera para encontrar esa semilla de sangre. 

Camp NaNoWriMo Julio 2015 - Parte II

17 de julio de 2015

 AVANCE: 38.130

¡Buenos días/tardes/noches! Aquí vengo tras una buena racha de escritura esta última semana y algo más. Nunca creí que escribiría tanto ni que me lo tomaría tan en serio. Hay partes que me gustan más que otras y cosas que seguro cambiaran en la revisión pero estoy contenta con el resultado, de hecho todavía no me llego ni por la mitad de la historia.

Llevo 38.130 palabras y todavía me queda día para seguir escribiendo. Intentaré llegar a las 40.000 y así en dos o tres días terminar con un poco de suerte el reto pero no lo de escribir. Pienso llevar esta racha de escritura para poder acabar la historia y así revisar la otra que tengo pendiente y dejar esta reposar. 

Aunque no participéis en el reto os recomiendo escribir a diario, se avanza mucho y vale la pena escribir al menos una sola palabra por día. Y si tenéis la aplicación de Writeometer en Android, es muy gratificante ir viendo como la racha de escritura va aumentando y ves que llevas 17 días escribiendo de seguido. Ya os hablaré más adelante de esta herramienta, es muy útil. Ahora ya me centro.

Pensé en hablaros hoy de la protagonista y la historia pero prefiero dejarlo para la tercera y espero última parte. Hoy no os pongo imágenes del progreso porque mi ordenador ya va en sí lento y no quiero tirarme aquí el tiempo suficiente para que encuentren un esqueleto escribiendo a ordenador. Por eso os dejaré un fragmento de la historia que no da ningún spoiler ya que es una pesadilla significativa para la protagonista. Aquí os la dejo, espero que os guste ^-^

Fragmento perteneciente al Capítulo 8

La oscuridad envuelve a una niña. La niña es delgada, tiene los ojos apagados, sin brillo y el pelo cae con un color marrón desgastado por su espalda en una maraña de rizos. Frente a ella hay un espejo y dentro está el reflejo de una joven de piel bronceada. Tiene los ojos color café, sin brillo, pero muestran fuerza, una fuerza que la pequeña quiere tener. No hay nadie más, ni tampoco nada más. El resto es oscuridad. El silencio quema sus oídos como si fuera un grito agudo y afilado. La joven del espejo golpea la superficie. Quiere salir y la niña sólo tiene que romper el espejo para liberarla.

Tiene tanto miedo… Ella parece tan fuerte, parece una escultura. Pone la mano en el cristal, su pequeña manita toca la de la joven. Y la siente. Esta helada pero su rostro no lo muestra. Su rostro no tiene emoción.

No llora.

Es fuerte.

Tiene coraje.

No parece débil.

No habla.

Es lo que ella quiere ser, es lo que prometió. La joven vuelve a golpear el cristal. Un golpe seco que hace vibrar el marco del espejo. La joven articula los labios pero las palabras no brotan.

La niña se esfuerza pero no sabe lo que intenta decirle. Le pregunta, le contesta y su voz si se oye. Su vocecita se quiebra y se dice a si misma que debe tener coraje.

La joven vuelve a golpear el cristal, esta vez vibra el suelo entero. La oscuridad es más densa y el frío envuelve a la niña. Coraje y valor, coraje y valor, la niña alza la mano. Tiembla. Mira a la joven. Tiene que liberarla.

Golpea el cristal con toda la fuerza que puede y este se hace añicos. El espejo desaparece y la joven está allí parada. La mira sin mirarla y su mano, antes alzada para golpear el cristal, cae a la altura de su cintura. Sus labios se cierran y sus ojos también. Sus piernas se doblan y cae al suelo.

Un crujido se oye en la oscuridad y la joven queda tirada en el suelo, hecha añicos como una escultura de piedra. Alrededor de ella hay un charco de sangre. Piedra y sangre. La niña camina para atrás con lágrimas en los ojos y entonces ve su nombre escrito en la espalda de la joven. Esa era ella. Esa era ella. No. No. No. La repetición le provoca más escalofríos y camina con el terror que la invade.

Una sombra aparece frente a ella, es gris y parece de vapor. Pero es real. Ella lo sabe. Se da la vuelta y comienza a correr sin mirar atrás. Sabe que la persigue. El silencio ya no es silencio, el vapor hace un sonido casi imperceptible, como el de una hoja rasgándose, como una flor cuyos pétalos caen, como la respiración agitada de la joven que ha sustituido a la niña corriendo.

La joven corre, corre hasta sentir dolor bajo sus pechos. Corre hasta quemar la planta de sus pies. Y tiene que detenerse. Un precipicio se dibuja de pronto delante de ella. Le aterra el vapor que la sigue y no quiere que la alcance. Antes de decidir mira atrás y la sombra es cada vez más grande. Da un paso atrás y una piedra cae. No hay más.


El precipicio, la sombra y ella. Y el escenario es negro, completamente negro y con olor a muerte. Da otro paso atrás, cierra los ojos y se deja caer. Deja ir el aire retenido en sus pulmones y una sombra surge de ellos. Pero no puede abrir los ojos, no puede ver como la sombra que ha creado derrota al fantasma que la sigue, no puede porque sus ojos se han cerrado para siempre, en una última melodía, desgarradora y grave…

Lluvia

16 de julio de 2015

Las hojas caen. Cierro los ojos y siento la calma. La brisa quiere acariciar mis mejillas pero no puede alcanzarme, nunca podrá. Mis pasos resuenan contra el suelo en un silencio atronador. Nadie se da cuenta de la danza que estoy llevando a cabo. Todos caminan, todos corren, todos tienen prisa y ninguno de ellos observa o escucha. Nadie se para, nadie mira lo que le rodea. Es triste. Avanzan ciegos. Y yo sigo, varada, en un paseo sin rumbo.

Oigo a los pájaros cantar y a los árboles murmurar. Siento el arrorró de las flores y la timidez de los arbustos. Una hoja cae hacia mi, una pequeña y valiente hoja. Es de color marrón claro. Alargó la mano e intento cogerla pero mis dedos no pueden tocarla. Soy etérea, soy como la brisa que no consigue alcanzarme.

Llevo dos días aquí, dos días paseando por la ciudad. Para mi ya no es la misma, ahora la puedo ver bien. Ahora puedo sentirla y no me gusta la parte humana que veo. Dolor y crueldad, pocos atisbos de compasión. Triste, demoledor, una verdad que quema. La naturaleza esta encerrada, aprisionada entre las manos del hombre y este se niega a dejarla ir. Lo que no sabe, es que ella no lo abandonaría, sólo tiene que respetarla, sólo tiene que cuidarla como una niña risueña.

Me acercó a una mujer que esta sentada. Ellos no las ven. Son negras, más negras que la noche, más negras que un abismo. Rodean sus oídos, impidiéndoles oír y dándoles lo que ellos quieren escuchar para auto engañarse. Tapan sus ojos y les dan imágenes de un mundo equivocado en la que la verdad esta ahogada por la mentira. Son vendas de acero, cuanto más dura la mentira más se fortalecen, más terribles se hacen, más aprisionan a sus esclavos.

Veo todo esto y no siento nada. El rumor del agua corriendo llega hasta mi y una misteriosa canción se cuela en mis oídos. Me dirijo hacia ella como si fuera una luz y entonces todo desaparece y el sonido de la lluvia se incrementa.

Y recuerdo.

El agua caía rápida, yo estaba cruzando la carretera. Todo sucedió deprisa. El golpe y la caída. El dolor y el crujido de los huesos. La macabra melodía de los murmullos y las exclamaciones. Todo en unos segundos, como comprimidos a presión. El sonido fue disminuyendo y entonces encontré la paz en la lluvia.

Y todo cambió. Ahora todo se ha desvanecido y la lluvia desaparece. Ya no queda nada y yo no siento nada. Cierro los ojos y dejo que el silencio me envuelva y me desvanezca en la nada. Olvido lo que fui y lo que soy. Pierdo el seré y me desvanezco.