Camp NaNoWriMo Julio 2015 - Parte III [Última]

22 de julio de 2015

Ayer, día 21 del reto Camp Nanowrimo, superé la cifra que me había impuesto para escribir en este mes. He escrito un total de 50.613 palabras y todavía no he terminado la historia en la que he estado trabajando. Lágrimas de sangre va más o menos cerca de la mitad y este mes voy a seguir escribiendo y voy a seguir haciéndolo a diario.

He aprendido algunas cosas entre las que se encuentra el hecho de que me he visto capaz de superarme a mi misma y eso es un buen sentimiento. Luchar contra mi propia pereza día a día y sentarme a escribir aunque fueran sólo 100 palabras ha merecido la pena. Lo importante no es cuanto escribas sino que lo hagas, escribir y escribir, escribir y escribir, es la forma de mejorar (aparte de leer, claro). 

También he aprendido que no por correr se acaba antes. Esta novela es la 'reescritura' de un borrador que tenía desde hace dos años. En ese borrador lo escribi todo corriendo y todo es muy precipitado, tanto que no es creíble. En esta nueva versión he cambiado la forma de escribir. Ya no es en primera persona, permitiéndome así abarcar más personajes, y el quid de la trama ha cambiado totalmente. He puesto la historia en un mundo ficticio y así funciona mucho mejor. Por otra parte me he detenido en explicar muchas cosas, en dejar que los pensamientos y recuerdos de la protagonista aumentaran. Y esto me ha resultado útil. He conocido mejor a mi protagonista y sus reacciones son más verosímiles y comprensibles.

Todavía me queda mucho que trabajar y espero poder terminarla este verano. Os animo, ya no a participar, sino a poneros una meta y luchar por superarla. Mentalizaros, centraros y hacedlo, no dudéis, simplemente hacedlo. Creo que esto puede aplicarse a cualquier campo de la vida. No tengo mucho más que decir, la verdad. Cuando termine la novela os avisaré. Hasta entonces os dejo el prólogo.

Prólogo: Semilla de sangre
Era un día hecho de naipes. El cielo parecía a punto de romperse, el mar estaba tranquilo pero amenazante en su vaivén. Era casi de noche y quedaba ya poco del día, solo la débil luz del sol reflejando en el suelo.
Los pasos de la niña iban con calma acompañados del firme zapateo de su niñera. La niña era delgada y alta, su larga coleta morena se balanceaba de un lado a otro emulando el tic tac de un reloj pero en silencio. Caminaba callada con tal de evitar cualquier reprimenda de su guardiana.
No le gustaba ir a la escuela, no a la suya. Ir a la escuela privada era pagar por estar encerrada y recibir órdenes que se suponían para educar a los futuros nobles que serían aquellos niños, diamantes en bruto como decía la esquelética directora. Ella solo quería disfrutar como los niños que veía jugar y ensuciarse desde la distancia en la escuela que se encontraba cerca del puerto. Se vió llena de barro y persiguiendo a los otros niños y niñas. No era una dama, sólo una niña, de carne y hueso, no de porcelana como pretendían inculcarle.
- Isabella, detente. -la voz de su niñera la saco de su imaginación.
Miro a la mujer y luego reconoció su casa. Dió un paso hacia ella pero la niñera la sujetó y ella se percató de que la puerta estaba abierta de par en par.
Se retorció del agarre de su niñera y  corrió para entrar en su casa. A su espalda corría la niñera gritando su nombre y ordenándole que parase. Sin embargo, a pesar de ser una niña todavía, corría más que su cuidadora.
Al entrar pasó rauda por el pasillo de la planta baja y se dirigió al salón por inercia. Allí era donde encontraba siempre a su madre. Veía los objetos caídos de los muebles, más bien tirados creando un imperceptible camino hacia el salón. Los veía pero no lo terminaba de comprender. El silencio invadía sus oídos de un modo febril y sentía una mano fantasmagórica oprimiendo su pequeño corazón.
Cualquier aspecto elegante y refinado del salón había sido sustituido por una especie de caos ordenado. Igual que en el pasillo los objetos parecían crear una especie de recorrido irregular del que la pequeña ni siquiera se percató.
La niña se acercó despacio al sofá y descubrió a su madre en el suelo, intentando apoyarse en el mueble. Corrió a su lado y la abrazo.
- Mi pequeña, mi pobre niña. -murmuraba su madre con calma, intentando esconder el dolor a la niña.
La niña se incorporó y se quedó de rodillas a su lado. Se miró el vestido que llevaba y una lagrima la recorrió al verlo manchado de sangre. Miro a su madre y distinguió como se sujetaba el pecho con fuerza. La sangre discurría hacia abajo y lo impregnaba todo.
- Ma...mama. -su madre le sujeto una mano y la miro con cariño a pesar de su flaqueza.
- Recuerda. Atenta, Isabella. -respiro con dificultad pero sin apartar la mirada de su niña-. Tienes que ser fuerte, defenderte de las personas malas. Confía solo en tu familia paterna, sólo en la que conoces. Siento... siento dejarte en este mundo… sola.
Sus ojos amagaban por cerrarse y el dolor era cada vez más evidente. Incluso la niña era capaz de ver que su madre se estaba despidiendo.
-       Sé fuerte y ten valor, mi tesoro. –apenas se oía ya el murmullo de la mujer.
Sus ojos se apagaron y la niña se quedó allí. Lloraba de forma desconsoladora. Sus manos se sujetaban con fuerza al cuerpo sin vida de su madre. No quería admitir que su madre no fuera a volver a abrazarla, no comprendía que la vida le jugase esa mala pasada. Sus ojos se desviaron hacia la derecha, al lado de su madre vió una rosa blanca y por un breve instante pensó que en ningún momento habían tenido ese tipo de flores. Pero pronto se olvidó y siguió con su llanto.
Cuando llego la guardia la encontraron abrazada al cadáver y sin lágrimas ya que derramar. Su niñera la cogió y la ayudó a contestar las preguntas de los guardias. Los vecinos miraban desde las puertas y las ventanas. Todos querían enterarse pero ninguno parecía haber oído nada. La mayoría decían no haberse encontrado en la casa y solo muy pocos denotaba verdad.
Aquel, era un día de naipes, el cielo se había quebrado y en un segundo la torre de la niña, su hogar y su madre, se los había llevado, no el viento, sino la crueldad de este mundo. Pasaría mucho tiempo hasta que el rostro de Isabella volviese a llenarse de lágrimas.
Mientras su niñera la llevaba a la casa de su mejor amiga, la niña iba callada. Recordaba la sangre y al mirar su vestido le daban ganas de vomitar. Pero las ganas y el dolor se los tragaba como podía y cuando su niñera la miraba con compasión ella se escondía en sí misma. La pena era su enemiga y ella tenía que ser fuerte, tal y como a su madre deseaba.

En el puerto el mar comenzaba a azuzar las rocas de la costa. La gente iba de un lado para otro. Jornaleros yendo a contratiempo, mujeres comprando las últimas viandas del día y niños jugando durante los últimos minutos del día. En la taberna se empezaba a oír el murmullo que se convertiría en alboroto al caer el manto de la noche.
Era un lugar impregnado de olor a alcohol y a sudor, con humedad y un deje de mal humor en ciertos clientes. También se notaba la codicia del matrimonio que ostentaba el cargo de dueños de la taberna en cada orden que daban a sus trabajadoras y trabajadores instándoles a aumentar su trabajo. En el ambiente se cocía la resignación de las camareras, obligadas a soportar a maridos o solteros que buscaban placer más allá de la bebida, y la impaciencia de los viajeros que solo buscaban una noche tranquila pero que sabían en el fondo que allí no lo lograrían a pesar de ser la taberna más barata y la única en aquel puerto.
En una esquina, entre las sombras del edificio, había dos figuras masculinas. De ambas no se distinguía ni el rostro ni el semblante que pudiesen tener. Aquel lugar dentro de la taberna les ayudaba a esconder su conversación sin miedo a ser escuchados pero aun así alerta. Uno de ellos, el que parecía esquelético y alto, sujetaba el mango de una espada. En el extremo, el mango tenía la forma de una rosa blanca con cada detalle grabado en ella. El otro estaba completamente escondido en las sombras y no podría afirmarse si era bajo, alto o de que estatura aproximada.
-       Esto sólo es un contratiempo. Debes seguir buscando. Mi hermana fue lista, demasiado. –la voz sonaba grave y con un deje de molestia.
-       Nada había en la casa, ella te prometió que alguien terminaría con tu codicia, que esperaría en el otro barrio a que te reunieras con ella para compartir el infierno que os habéis labrado.
-       Palabras. Un intento de convencerse de que no ganaré, pero lo haré. Al infierno irá ella, está claro. Teníamos un trato y lo rompió por un hombre al que le importaba más una reliquia que su propia familia. –se detuvo y se inclinó ligeramente hacia el centro de la mesa.
Su mano se asomó a la luz y el reflejo de un anillo con las iniciales EC y el símbolo de una espada se entrevió en medio de la oscuridad que lo envolvía. Respiró y chasqueo la lengua al percatarse de un hecho que había pasado por alto.
-       Esa mocosa, lo tiene que tener la niña. –su voz estaba llena de furia, de fastidio y de cierta represión a algo tan obvio.
-       No lo creo, señor. La niña solo tiene siete años, no le confiarían algo tan importante y su madre jamás jugaría con su vida, usted lo dijo antes, su madre le traicionó por amor y por amor jamás arriesgaría lo que cualquier madre considera su tesoro.
-       Ve a por la niña. Capturala y entrégamela. Veremos que tesoro prefieren proteger y hasta donde son capaces de pagar por hacerlo.
-       Sí, señor. –la sombra se levantó y se inclinó de forma disimulada.
Cogió un sombrero viejo que reposaba sobre la silla de al lado y se lo puso. Al poco de comenzar a caminar desapareció entre la gente que empezaba a llenar la taberna. La otra figura se quedó en las sombras martilleando la mesa de forma rítmica. Su anillo seguía el vaivén de su mano y por un breve instante la luz que reflejaba el anillo mostró una sonrisa malévola en el desconocido rostro de la sombra.

La noche cayó sobre la taberna, la oscuridad envolvió el puerto y una niña prometió no volver a llorar frente a la ventana de su nueva estancia provisional. Aquella niña aprendió que sólo le quedaba su coraje y fortaleza, el silencio del dolor sería primero su coraza, y algún día tendría la capacidad de convertir su dolor en su mejor arma.

La tormenta se cernió sobre la ciudad portuaria y el mar golpeó embravecido el puerto, intentando llevarse los barcos, intentando limpiar la sangre que los hombres habían incrustado en la tierra. Pero la sangre, la sangre incrustada en los corazones no desparece jamás, se esconde y espera su turno para embravecer la marea de furia de los humanos. Queda latente y es la semilla de la venganza. Sin embargo, el corazón de aquella niña no tenía suficiente madurez para desear venganza o siquiera para encontrar esa semilla de sangre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario